martes, 24 de febrero de 2009

La Puta y El Mimo (Parte I)

La vista era una Plaza, la de Santa Ana, a pantalla completa y en panorámica. Ahí sentado en una terraza que me parecía novedosa (al menos ella para mí. Al revés no puedo afirmarlo) y con las nubes asomándose a la par que el Sol, cada día más poderoso en estos meses. Ambos se enzarzaron para ver quien mantenía la supremacía sobre la plaza. Las sombras se diluían y entre las nubes se escurrían rayos de sol constantemente. Ese duelo era observado especialmente por los camareros. Su cantidad de trabajo dependería del vencedor. Acaban de posar mi tercio de cerveza alemana, y como de costumbre, mala costumbre la tiran sobre una jarra helada. Algún día quizás la cerveza se gane el respeto que merece (al menos aquellas de nombres impronunciables). Giré mi silla de mimbre, para mejorar el encuadre. Mis manías de mirar como si de un operador de cine se tratara. Alcancé un ángulo entre las enormes sombrillas en el que me parecía ver la fachada del Teatro Español en 28mm. Me quedé fijo mientras mi brevaje comenzaba a sudar. Su cerco se acercaba demasiado rápido al borde de la mesa. Horrible ésta, por cierto. Imposible escoger una más en desacuerdo con las sillas que la escoltaban. A medio camino de la entrada principal del teatro se lucía un mimo, más por su posición elevada que por su talento. Dos niños de cara acatarrada tragaban con el paseo obligado de sus padres y tres ancianos varones sentados en un banco parecían simular estatuas, creo que de forma involuntaria. Este calor que a veces adormece cuando nos quedamos a su lumbre. Creo que cayeron en su red y quizás querían dejar la forma de sus posaderas en el banco. Este detalle no lo he podido confirmar. El mimo destilaba un blanco impoluto que hacía de faro para toda la zona. Mi mirada persiguió sus gestos para indagar en él. Es muy difícil indagar en ciertas personas. Si encima son personajes se antoja imposible. Mis retos nunca se han quedado agazapados ante nada, así que no dudé en insistir. Se excedía en el elemento de las manos, ya que resultaba repetitivo incluso para él mismo, me temo. Algunas personas lo observaban buscando algún detalle que les hiciera mantener o no la vista. Y lo encontraron, pero por desgracia no fue el mimo el que lo originó. Surgió de la nada un cuerpo femenino que comenzó a desvirgar las miradas de muchos. Sus pasos sonaban con fuerza, con pasión que sin duda sufrirían los tacones horas después. Cruzaba la plaza diametralmente, por lo que todo pareció transformarse en una pasarela con aquella mujer como maniquí y a sus lados, decenas de mesas haciendo de ojeadores. Aquella mujer de rasgos nórdicos vestía con un lujo desmedido para ser las seis de la tarde. Con sus extensos pasos, se deducía una prisa latente que la hacía caminar con mucho vigor. El mimo dejo de existir, incluso para él mismo, pues abandonó su actuación para observar aquel desfile improvisado. De repente, en el epicentro de la plaza se originó un aterrizaje alocado de una decena de palomas que parecían echarse encima de aquella mujer de pelo recogido...

continuará...