lunes, 6 de abril de 2009

Reflexiones Pedantes. Capítulo 1 - ¿ Sabemos Oler ?

Andando tres estaciones de metro por General Ricardos, me han entrado ganas de llevarme algo a la boca. Ahora, ya en casa, me doy cuenta que tengo más hambre de escribir que de comer, así que me saciaré por orden de prioridades.

Intento olfatear en general a diario sin éxito. Las vegetaciones se me habrán reproducido con total seguridad, el calor ha empezado a identificar a los alérgicos por la calle y mi congestión perpetua no deja de serlo hoy por ser primer lunes de abril.

Por todo esto, nunca podré ser enólogo, porque independientemente de que necesitaría educar mi olfato para aprender a identificar los matices de cada caldo, parto de una cavidad nasal que tiene más función decorativa que otra cosa en mi rostro.

Sin embargo, si creo tener otro olfato, el de las sensaciones, el del instinto que nos permite de forma irracional percibir informaciones positivas o negativas acerca de lugares, trabajos y sobre todo, personas. Aquel que nos ofrece conclusiones totalmente subjetivas y que normalmente el tiempo nos las confirma o desmiente. Se dice que hay personas con esa capacidad para descifrar las intenciones de quienes nos rodean. Mientras, otros individuos parecen lamentarse de forma continua sobre su "mala suerte" con quienes se encuentran a lo largo de su vida.

Me temo, que como en tantas otras cosas, hay parte de fortuna y parte de aprendizaje. Por mi experiencia hay algo en nuestras manos para averiguar quien es realmente cada persona. Y es una actividad que nos enseña constantemente sobre los demás. Nos da información sin límites y con el tiempo y su práctica nos permite desarrollarla día a día hasta llegar al punto de instruirnos incluso en qué detalles son los más esclarecedores. Se trata simplemente de observar.

Es necesario caer en la humildad, masticar nuestro orgullo y abandonar el vicio inevitable que casi todo humano tiene de hablar por encima de escuchar. Nos encanta que nos presten atención, incluso en el momento más trivial de nuestro día. Pero la realidad es que aprende más el que calla que el que habla. El que habla no puede aprender, solo se repite, sólo se recrea en sí mismo, en sus conocimientos, en sus reflexiones. El que calla tiene sus sentidos en el instante, en los demás y en lo demás. Aprende y aprehende porque escucha, porque observa las entonaciones, los gestos, las formas y el contenido de las palabras y los ruidos. Se trata de observar viendo, no mirando. Es muy probable que aquel que no hable sea quien más tiene que decir. El verdadero olfato no es lo que olemos, sino lo que intuímos. Por todo esto cuando mi olfato vuelve a fracasar, recuerdo mi otro olfato y sonrío.